SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL CAPITULO 14 VERSOS 1 AL 53

SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL CAPITULO 14 VERSOS 1 AL 53

CAPÍTULO 14
Al cabo de tres años, Joab hace arre-
glos para traer a Absalón a casa,
valiéndose de una estratagema —
Después de haber transcurrido dos
años más, Absalón ve al rey y se
reconcilian.
Y CONOCIENDO Joab hijo de Sar-
via que el corazón del rey se
inclinaba por Absalón,
2 envió Joab y mandó traer de
Tecoa a una mujer sabia, y le dijo:
Yo te ruego que finjas estar de
duelo y te vistas de ropas de luto,
y que no te unjas con aceite, sino
finge ser mujer que hace mucho
tiempo está de luto por algún
muerto;
3 y al entrar ante el rey, habla
con él de esta manera. Y puso
Joab las palabras en su boca.
4 Y cuando entró aquella mujer
de Tecoa ante el rey, se postró en
tierra sobre su rostro, hizo reve-
rencia y dijo: ¡Socorro, oh rey!
5 Y el rey le dijo: ¿Qué tienes?
Y ella respondió: Yo a la verdad
soy una mujer viuda, pues mi
marido ha muerto.
6 Y tu sierva tenía dos hijos, y
los dos riñeron en el campo; y no
habiendo quien los separara, uno
hirió al otro y lo mató.
7 Y he aquí que toda la familia
se ha levantado contra tu sierva,
diciendo: Entrega al que mató a
su hermano, para que le mate-
mos por la vida de su hermano
a quien él mató, y destruyamos
también al heredero. Así apaga-
rán la brasa que me ha quedado,
no dejando a mi marido nombre
ni remanente sobre la tierra.
8 Entonces el rey dijo a la mujer:
Vete a tu casa, y yo daré órdenes
con respecto a ti.
9 Y la mujer de Tecoa dijo al
rey: ¡Rey y señor mío, la maldad
sea sobre mí y sobre la casa de
mi padre! Pero el rey y su trono
sean sin culpa.
10 Y el rey dijo: Al que hable
contra ti, tráelo ante mí, que no
te tocará más.
11 Dijo ella entonces: Te ruego,
oh rey, que te acuerdes de Jehová
tu Dios, para que el a vengador de
la sangre no aumente el daño, no
sea que destruya a mi hijo. Y él
respondió: Vive Jehová, que no
caerá en tierra ni un cabello de la
cabeza de tu hijo.
12 Y la mujer dijo: Te ruego que
permitas que hable tu criada una
palabra a mi señor el rey. Y él
dijo: Habla.
13 Entonces la mujer dijo: ¿Por
qué, pues, has pensado tú cosa
semejante contra el pueblo de
Dios? Porque al decir el rey estas
palabras se culpa a sí mismo, por
cuanto el rey no hace volver a su
desterrado.
14 Porque de cierto morimos y
somos como aguas derramadas
por tierra, que no pueden vol-
ver a recogerse; ni Dios quita la
vida, sino que proporciona me-
dios para que el desterrado no
sea de él a excluido.
15 Y si yo he venido ahora
para decir esto al rey mi se-
ñor, es porque el pueblo me
ha atemorizado. Y tu sierva
se dijo: Hablaré ahora al rey;
quizá él haga lo que su sierva
le diga.
16 Pues el rey oirá para librar
a su sierva de mano del hombre
que me quiere destruir a mí, y a
mi hijo juntamente, de la here-
dad de Dios.
17 Tu sierva, pues, dice: Sea
ahora de consuelo la respuesta
de mi señor el rey, pues mi señor
el rey es como un ángel de Dios
para a discernir entre lo bueno y
lo malo. Que Jehová tu Dios sea
contigo.
18 Entonces el rey respondió y
dijo a la mujer: Yo te ruego que
no me encubras nada de lo que
yo te pregunte. Y la mujer dijo:
Hable mi señor el rey.
19 Y el rey dijo: ¿No está la mano
de Joab contigo en todas estas co-
sas? Y la mujer respondió y dijo:
Vive tu alma, rey señor mío, que
no hay que apartarse ni a derecha
ni a izquierda de todo lo que mi
señor el rey ha hablado, porque
tu siervo Joab me mandó, y él
puso en boca de tu sierva todas
estas palabras;
20 para cambiar el aspecto de
las cosas, Joab, tu siervo, lo ha
hecho; pero mi señor es sabio,
conforme a la sabiduría de un
ángel de Dios, para conocer todo
lo que hay en la tierra.
21 Entonces el rey dijo a Joab:
He aquí, yo hago esto: Ve y haz
volver al joven Absalón.
22 Y Joab se postró en tierra so-
bre su rostro e a hizo reverencia, y
después que bendijo al rey, dijo:
Hoy ha entendido tu siervo que
he hallado gracia ante tus ojos,
rey y señor mío; pues ha hecho el
rey lo que su siervo ha dicho.
23 Se levantó luego Joab, y
fue a Gesur y trajo a Absalón a
Jerusalén.
24 Mas el rey dijo: Váyase él a
su casa y no vea mi rostro. Y vol-
vió Absalón a su casa y no vio el
rostro del rey.
25 Y no había en todo Israel
hombre tan alabado por su her-
mosura como Absalón; desde la
planta de su pie hasta su coronilla
no había en él defecto.
26 Y cuando se cortaba el cabe-
llo (lo cual hacía al fin de cada
año, pues le causaba molestia, y
por eso se lo cortaba), pesaba el
cabello de su cabeza doscientos
siclos de peso real.
27 Y le nacieron a Absalón tres
hijos y una hija, que se llamó
Tamar, la cual era de hermoso
semblante.
28 Y estuvo Absalón por espacio
de dos años en Jerusalén y no vio
el rostro del rey.
29 Y Absalón mandó buscar a
Joab para enviarlo al rey, pero
él no quiso venir a él; y envió a
buscarlo por segunda vez, pero
tampoco quiso venir.
30 Entonces dijo a sus siervos:
Mirad, el campo de Joab está
junto a mi lugar, y allí tiene su
cebada; id y prendedle fuego; y
los siervos de Absalón prendie-
ron fuego al campo.
31 Entonces se levantó Joab, y
fue a casa de Absalón y le dijo:
¿Por qué han prendido fuego tus
siervos a mi campo?
32 Y Absalón respondió a Joab:
He aquí, yo he enviado por ti, di-
ciendo que vinieses acá, a fin de
enviarte yo al rey a decirle: ¿Para
qué vine de Gesur? Mejor me hu-
biera sido quedarme allá. Vea yo
ahora el rostro del rey; y si hay
pecado en mí, que me mate.
33 Fue, pues, Joab al rey y se
lo hizo saber. Entonces llamó a
Absalón, el cual vino al rey, y se
postró sobre su rostro en tierra
delante del rey; y el rey besó a
Absalón.

Fuente:  www.scriptures.lds.org/es

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